“Muchos tratan a los pandilleros como animales y no se dan cuenta de que son seres humanos que solo quieren una mano amiga. Entendí que la mejor manera de ayudarlos es meterse en su contexto, saber sus carencias, sus necesidades”.
Este sacerdote jesuita llegó al Perú en 1984 para
trabajar en los colegios Fe y Alegría, pero fue en el popular ‘Agucho’ donde
afianzó no solo su labor pastoral como puntal de la parroquia Virgen de
Nazaret, sino también su eficaz trabajo para alejar del vicio y la violencia a
las barras bravas, pandilleros y drogadictos canalizando positivamente con
música y deporte su energía mal llevada.
“En El Agustino he
visto a chicos que conocía muertos por balazos o pedradas. Eso es muy doloroso.
Aunque eso ya bajó, igual hay mucho por hacer. Por eso impulsé la práctica del
fútbol y de la música con el Agustirock, para que estos muchachos tengan un
sentido. Felizmente la policía también apoyó la labor”, evoca el sacerdote para
El Comercio.
A él no le gusta que lo traten de usted y viste camisetas
manga cero. El arete que sobresale en su oreja izquierda y su contagiante ritmo
de rock que comparte cada vez que le alcanzan una guitarra demuestra su
espíritu juvenil.
“Seguiría jugando fútbol si no fuera porque hace unos
años me rompieron los ligamentos del tobillo”, asegura el religioso. Y lamenta
que muchas veces la Iglesia olvida buscar a la oveja perdida y dejar a las
otras noventa y nueve, como el mismo Jesús pregonó.
Lo que deja
en relevancia esta noticia, es que las personas catalogada “de mayor edad” aun
sienten esa fuerza y juventud en ellas, esas ganas de vivir y estar rodeados de
gente con los mismos ánimos, es importante tener en cuenta que las personas más
allá de necesitar alimento para vivir, necesitan una misión y muchas ganas,
para que la vida nunca sea un peso para ellos.
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